El obstetra francés Michel Odent es uno de
los pioneros del parto natural. El
doctor considera que la mujer se ha visto obligada a dar a luz de determinada
forma “por los años de opresión y patriarcado a los que ha sido sometida”. Su
visión se basa en la premisa de que todas las personas son mamíferos, y tanto
en las experiencias sexuales como en las del nacimiento se debe dejar de lado
la parte humana y explorar la animal. Buscar que la intervención externa sea lo menos invasiva
posible.
En los últimos años, cada vez más parejas
proponen el parto natural como una opción viable. La práctica se hizo más
visible y las mujeres que la eligen ya no se ocultan.
La principal diferencia con el parto clínico es
que todas las decisiones quedan a cargo de los padres.
“En una institución las reglas del juego
las pone el lugar, pero en casa no hay reglas”, explica la licenciada en
obstetricia y partera Cecilia Thurin, quien además optó por esta modalidad para
traer a sus hijos al mundo. Una de las mayores consideraciones es evaluar los
riesgos y siempre tener “un plan B”. Según Thurin se debe estar a “no más de 30
minutos de un centro de salud por cualquier eventualidad”, además de tomar
conciencia de que en los partos caseros no hay un respaldo institucional. Este
tipo de alumbramientos son más libres en cuanto a posiciones, movimientos,
horarios y vínculos porque se puede elegir a las personas que acompañarán a la
mamá durante el proceso. “Cuando decidimos parir en casa con mi pareja yo
ya asistía partos domiciliarios, pero si él no me hubiese acompañado no hubiera
podido hacerlo. Me bancaría todas las intervenciones: las sondas, los
pinchazos, la falta de contacto, los minutos perdidos de apego y las rutinas
hospitalarias – cuenta Thurin- Pero no soportaría el maltrato hacia mis bebés”.
Mientras que las parteras, tanto para asistir
en hogares como en centros de salud, deben prepararse académicamente para
ayudar a la parte biológica, también acompañan desde lo afectivo. Este último
rol lo comparten con las doulas, las
encargadas de dar apoyo emocional y brindar información para disipar dudas y miedos. El fin de
este oficio es la solidaridad hacia la mamá durante el embarazo y el nacimiento.
“Para ejercer esta
profesión es necesario haber atravesado personalmente la experiencia de la
maternidad. Ese es el recurso básico, antes de los conocimientos teóricos”,
afirma Roxana González, psicóloga con una vasta experiencia en el servicio de
obstetricia de hospitales públicos porteños. Ella pudo presenciar y acompañar
algunos partos, lo que despertó curiosidad sobre estas prácticas.
A fines del año 2004, Graciela Cobe (de Fundación Creavida), quien se
había capacitado en Londres con Michel Odent, armó encuentros con mujeres que querían
aprender sobre esta nueva modalidad de asistencia en partos. En 2005, la Fundación de Lactancia y
Maternidad trajo a Buenos Aires a una doula
de la organización internacional DONA. González participó de estos seminarios
para comenzar su capacitación. “Luego continué con el proceso de certificación,
que dura dos años”.
La Organización Mundial dela Salud ,
el Colegio Americano de Enfermeras-Parteras, la Asociación Americana
de Salud Pública y la
Asociación Perinatal Nacional apoyan tanto los partos en el
hogar como otras opciones fuera del hospital para mujeres de bajo riesgo. Sin
embargo para Marcelo Guz, director del Hospital
de Agudos Teodoro Alvarez del barrio de Flores, en Argentina aún no existe la
estructura necesaria para extender esta práctica. González comparte la visión
de que el país no tiene el respaldo institucional para llevar a cabo partos en
hogares, pero las consultas de futuras madres y de los profesionales que se
quieren especializar en el tema crecieron en los últimos 15 años. “Sin embargo creo que las mujeres están comprendiendo que quieren crear un mundo en
el que el acto fundante de nacer no sea sistemáticamente sometido a la
violencia y que, por el contrario, sea un encuentro íntimo y amoroso”, explica
la doula.
La Organización Mundial de
Para aquellos que desarrollan la práctica tradicional de partos
clínicos, como el caso de Raúl Fernando Bravo,
obstetra del Hospital Churruca Visca, el alumbramiento
domiciliario tiene la gran desventaja de no contar con un servicio de urgencia a
mano: “En obstetricia hasta los segundos son vitales y cualquier complicación
que obligue a tomar una conducta quirúrgica, sería imposible en una casa.
Por más que el panorama previo al trabajo de parto parezca ser el más óptimo
todo puede volverse una urgencia y con la necesidad de una pronta resolución
porque están en juego dos vidas”.
Según Cecilia
Thurin, desde su lugar como partera, muchas mujeres deciden dar a luz en su
hogar porque vivieron situaciones violentas en experiencias previas. Las parturientas
son inmovilizadas en las camillas, obligadas a parir en posiciones incómodas, abandonadas
y sin compañía familiar. Son objeto de insultos, de quejas sobre su
comportamiento general, víctimas del uso de apelativos negativos como “mami”,
“gordita” y “nena”. Y todo esto se ve agravado por la desinformación sobre las
prácticas a las cuales son sometidas. Sin embargo para el doctor Bravo estas
denuncias son “comentarios tendenciosos”. Desde su lugar intenta respetar los deseos de las parturientas, pero acentúa las diferencias
entre clínicas privadas y públicas que van desde lo edilicio hasta el
componente humano. “Por ejemplo está la creencia de que los gritos de las
pacientes molestan, pero en verdad lo ideal es que administren el aire en el
parto expulsivo para poder pujar y eso es lo que se les remarca”, finaliza el
obstetra.
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