sábado, 7 de septiembre de 2013

Casa imaginaria

Barre la vereda, hace su cama, prende un sahumerio y se mira en el espejo. Nino y Alberto lo miran, les hace una caricia, sonríe y empieza a hablar.

Cuando Alejandro “Pechito” Ferreyro tenía 10 años su mamá murió y su papá se desentendió por completo de sus responsabilidades para con Pechito y sus cuatro hermanos. Siendo todavía muy chico se dedicó a callejear, pero cada vez que ese hombre que decía ser su padre lo encontraba vagando lo arrastraba hasta su casa a los golpes. A un casa que no tenía nada de hogar, donde las drogas y el sexo eran cosa de todos los días. Alejandro no tardó mucho tiempo en tomar una decisión: agarró su documento, las pocas pertenencias que tenía y se despidió para siempre de San Miguel, el barrio que lo vio nacer.
            Durante su adolescencia Pechito siguió estudiando, aunque no pudo terminar el secundario industrial. Consiguió un trabajo (como paseador de perros) y hasta logró alquilarse un departamento y mantener un auto. Pero conoció la cocaína y perdió todo lo que había construido. Sobre sus adicciones, dice: “De la droga salí con fuerza de voluntad porque en el centro me daban tanta medicación que era lo mismo que estar duro todo el día. Desde 1998 que no consumo”. Cuando volvió a la lucidez Alejandro empezó a vivir en la calle, dormía en el Jardín Botánico junto a personas en su misma situación, hasta que Mauricio Macri llegó a la jefatura de la ciudad y los controles se endurecieron en el parque. Después de varias peleas y palizas, se instaló en Scalabrini Ortiz y Santa Fe, en el barrio porteño de Palermo. Hace 12 años que armó allí su “casa imaginaria”, su hogar, y es por eso que no lo quiere dejar. Además en un refugio no le dejarían llevar a Nino Bravo y Alberto Cortez, sus compañeros caninos.
            Hoy Pechito, apodo que trajo desde la infancia por su forma de caminar, tiene 40 años y lo que más le duele es la conciencia y la soledad. Él siente que hay una diferencia con otras personas que viven en la calle, y es su sobriedad y cordura lo que lo convencen de que “es mejor solo que estar mal acompañado”. Pero su lucidez es una forma de entender todo lo que sucede a su alrededor: “Me tuve que comprar pañales porque nadie me presta el baño y para mí es muy triste, si estoy sano y sé usar el inodoro ¿por qué tengo que andar todo cagado?”.
            Alejandro tiene muy buena relación con la mayoría de los cohabitantes y comerciantes de la zona, pero hace poco tuvo un problema con una mujer que vive en diagonal a su “casa”. Todo empezó por el equipo de karaoke que usa para hacer sus “shows” y ganar algo de plata, la cual ahorra junto con la que la gente le da y algunas changas que hace por el barrio. Tanto el aparato, como la televisión que tiene encendida todo el día, fueron costeadas por él.  “Esa situación me puso muy triste, yo no estaba molestando a nadie por cantar. La primera vez vino esa señora y me lo tiró a la calle, un chico que pasaba por ahí me ayudó y le dijo que me dejar traquilo, pero al poco tiempo me desapareció el equipo. Igual ya me compré otro”, cuenta Alejandro.
            El único pariente con el que Pechito tiene relación es una de sus hermanas, a la que ve de vez en cuando pero quien no puede ayudarlo porque “ya tiene muchos problemas propios como para hacerse cargo de un tipo de 40 años”. Con respecto a formar su propia familia, o por qué no lo hizo hace años, Alejandro se pone serio y contesta: “¿Para qué? Cuando estaba mejor económicamente para hacerlo no tenía la cabeza, y hoy no traería un hijo al mundo para que viva así”.


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